Título: “Los
tiernos lamentos”
Autor: Yoko
Ogawa
Editorial:
Funambulista
Ciudad
Fecha: Madrid 2013
Edición
original: 1996
Traducción:
Yoshiko Sugiyama y Sergio Torremocha
Género:
Novela pags. 317
Glosario: No
Notas: No
Bibliografía:
No
Ilustraciones:
No
Precio:
15’50
Calificación
personal: 8
La repentina
huida y consiguiente soledad de una calígrafa maltratada por su esposo a una
vieja casa familiar en medio del campo y las relaciones inesperadas que se
establecen entre un fabricante artesanal de clavecines, su joven ayudante, su
perro y la dueña de un hotel cercano es el argumento, tenue como una telaraña,
en el que vemos, por mejor decir “entrevemos” un peculiar proceso de
recolocación de este personaje, Ruriko, en un mundo del que se ha ido
excluyendo casi deliberadamente. Hay un par de citas que cabría decir que
definen en pocas líneas la esencia de la trama:
“Mucho tiempo antes de mi marido me golpeara, yo lo había dejado
reducido a pedazos en lo más profundo de mi ser”, que aparece en el primer
tercio de la novela y la segunda que nos estalla inesperada, por lo menos para
mí, en el último quinto de la historia “Súbitamente, acaba de darme cuenta de
que estaba completamente sola. No tenía lugar alguno donde ir”, lo que
conociendo la situación real del personaje no está remitiéndose al aspecto
puramente material.
La autora se
adentra en el personaje profundamente pero quizás no alcanza a hacérnoslo comprensible a los
lectores occidentales que necesitamos repasar mentalmente la obra para ir
hilando la continuidad de pequeños cataclismos sin aparente importancia entre
los que Ruriko intenta echar raíces sin resultado. No pensemos que estamos ante
una obra en que la protagonista en un heroico arranque decide tomar las riendas
de su vida y la vemos ascender al control de la misma. En absoluto. En un punto
medio entre la más absoluta pasividad y la acción la vemos casi perdida y, si
se me permite la opinión personal, buscando desesperadamente reconstruir una
vida con los mismos elementos que tenía su vida anterior pero renovados,
cambiar las maderas, las cortinas, las lámparas pero no de casa, por poner
algún tipo de ejemplo. Las cosas, la vida, discurren prácticamente sin su
participación, a pesar suyo en ocasiones.
Como es
habitual la sensibilidad de esta autora nos lleva a matices insospechados, a
tenues cambios, a mentes complejas bajo
las apariencias de vidas y acciones corrientes en extremo. Los clavecines y su
proceso de construcción son casi un pretexto para darnos algo material a qué
agarrar esa casi infinita gama de tonos interiores siendo al mismo tiempo un
elemento de continuidad junto con la pieza musical “Los tiernos lamentos” un
hilo conductor de la trama y sus aparentes nudos. Repito, aparentes, a mi
entender los momentos claves de la historia –como por otra parte en casi toda
la narrativa contemporánea japonesa- no están donde parece ni mucho menos.
Siendo este rasgo quizás uno de los que más dificulten la lectura y comprensión
en profundidad de ésta en Occidente. También he de decir que detecto una cierta
concesión a elementos occidentales en las historias que vengo leyendo más
actuales. Especialmente en Murakami. Si
los hay o no en “Los tiernos lamentos” sería más que discutible pero en
cualquier caso está impregnada de esa neblina de poesía y mirada que le ha sido
desde siempre propia de la literatura japonesa.
No
consideraría esta la mejor novela de la autora, al menos de las que he leído,
pero desde luego tampoco una pérdida de tiempo su lectura, todo lo contrario.
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